Ocupar un espacio, que no es el de uno. Ocupar un espacio connotado. Un cuarto, un cuarto que no es el propio, un espacio de “paso”, en el que estar lo más confortable posible.
Cuando pienso en mis recuerdos, vivencias o momentos que quedan por alguna razón en mi memoria, no dejo de asociarlos, acaso vivirlos, a través del objeto-imagen. A través del cuadro, la fotografía, la propia luz, la propia sensación y la nueva imagen que a posteriori, mi mente se ha encargado de crear (y en gran medida, deformar a su antojo, o conveniencia).
Nada que no haya querido plantea un pequeño juego de distancias y escalas personales a través de la pintura y mi propia memoria con el espectador. A través de una serie de imágenes, iniciáticas en gran medida, aquellas que conforman mi primer imaginario básico en relación a la pintura y la figura, pretendo configurar un pequeño recorrido personal por mi memoria sin afán alguno de nostalgia.
Porque tan necesario es recorrer la memoria sin adular al recuerdo, como saber de qué lugar, ficticio o no, proviene uno. Planteo, sin romanticismos, jugar con esas primeras imágenes, que a la vez, pueden ser las de todos. La memoria, testigo vivo de lo que somos, olvida a veces que en parte, nuestros recuerdos pueden ser los de todos. Que todos en colectivo hemos podido vivir circunstancias similares o relaciones símiles con los objetos, con las imágenes, con nosotros mismos.